martes, 2 de agosto de 2011

C(K)arl Schmitt

Un periodista del estáblishment, comentando el exabrupto del llamado Fito Páez a propósito del triunfo electoral del Pro en la ciudad de Buenos Aires, escribió en el diario fundado por Roberto Noble:Nadie puede saber si Páez se inspiró, para disparar la diatriba, en Carl Schmitt. En el jurista prusiano predilecto de las usinas de pensamiento K. El hombre que elaboró la teoría acerca de que toda acción y decisión política debe tener como referencia previa la delimitación del campo entre amigo-enemigo. La lógica que, desde que llegaron al poder, ensayaron Néstor y Cristina Kirchner.- Tampoco es posible saber si Aníbal Fernández se nutre de Schmitt”. Otros notorios gorilas clásicos, como el profundo filósofo Juan José Sebrelli, el comentarista internacional Claudio Fantini y algunos otros no tan notorios que se escudan tras las cadenas de correos electrónicos, pugnan por instalar la misma especie. Estos últimos, profundizando sutilmente el metamensaje, escriben “Karl” el nombre de pila.
Lo curioso es que Schmitt [1] suele ser vinculado, con toda injusticia, con el nazismo, debido a que se afilió prontamente al partido, fue designado por éste en cargos honorarios (Preußischer Staatsrat y Vereinigung nationalsozialistischer Juristen) y continuó en la docencia universitaria durante toda la segunda gran Guerra.
 En verdad, ya en 1936 la SS comenzó la persecución contra Schmitt, la que fue profundizándose a partir de entonces. Al parecer, fue Göring quien intervino para evitar que pasara a mayores. Terminada la guerra, fue arrestado por los americanos y encerrado bastante tiempo (más de un año) en un campo de internamiento, amén de ser privado de su biblioteca (la que terminaría siéndole devuelta en 1951). Despojado de sus cátedras, vendida –por necesidad– su reivindicada biblioteca a un anticuario de Fráncfurt, se radicó en su villa natal –Pléttenberg, Wesfalia [2]–, donde vivió precariamente hasta su muerte, a los 96 (7/4/1985), con el acíbar adicional de haber perdido dos años antes a su única y adorada hija Ánima.
No dejaba de tener razón la SS: por su catolicismo, su romanismo, su estrecha relación amistosa con Ernst Jünger y su contundente defensa del ordo constitucional de Weimar, difícilmente constituyera CS el prototipo del nazi. Hoy nadie duda en incardinarlo en el nacional conservatismo alemán, cuyo estudio sistemático dista mucho aún de haber concluido. Él mismo sintetiza de este elegante modo su experiencia:El peligro despierta fuerzas nuevas en los que no se le rinden. Espíritu e inteligencia se oponen al ruido del aparato público por medio de múltiples formas de cortesía, formalidad e ironía y, al fin, mediante el silencio. Por esto no se puede juzgar simplemente desde una oposición exterior las obras que se realizaron bajo estas circunstancias[3].
Y añadiría, en bello verso:Conozco los muchos estilos del terror./ El de arriba, el de abajo,/ El legal y el sin ley./ El pardo, el rojo, el terror variopinto./ Y, el peor, en que nadie se atrevería a hablar[4].
El caso es que Schmitt fue (en palabras de uno de los más grandes de los  –pocos– filósofos argentinos) el “más eminente de los juristas... del mundo contemporáneo[5]. Estudió las relaciones entre la democracia y el parlamentarismo y la constitución alemana de 1919, el estado de excepción, el nuevo orden mundial y la aparición del fenómeno de los grandes espacios, las nuevas formas de la guerra, el nuevo derecho internacional, la esencia de la política. Por esto no extraña que gentes tan lejanas de la derecha como Walter Benjamin, Alexandre Kojève, Giorgio Agamben, Jacques Derrida, Julien Freund y Enrique Tierno Galván, abrevaran de su obra y hasta lo frecuentaran –algunos– sin complejos.
En la concepción schmittiana de la política, varios puntos se destacan: su carácter autonómico respecto del derecho y de la moral (aportación maquiaveliana), su tributo a la teología, el realismo, la soberanía como última decisión y quién la adopta, la relevancia del estado de excepción, el deslinde entre lo público y lo privado y la distinción entre amigo y enemigo. Sobre esta última dijo Julien Freund, polemizando con su frustrado director de tesis, Jean Hyppolite [6]: Señor, Ud. ha dicho […] que había cometido un error respecto de Kelsen. Considero  que está en camino de cometer otro: supone Ud. que es quien designa al enemigo, como todos los pacifistas. ‘Desde el momento en que no queremos  enemigos, no los tendremos’, razona. ¡Pero es el enemigo quien lo designa como tal ! Y si él quiere  que Ud. sea su enemigo, Ud. lo será, más allá de las más hermosas protestas de amistad que le hiciere. Desde el momento en que él quiera que Ud. sea  su enemigo, lo será. Y hasta le impedirá cultivar su jardín...[7].
Esto es tan elemental, que parece estólido controvertirlo siquiera. ¿Tiene algo que ver con la confrontación interna constante, con la creación artificiosa de fantoches “enemigos”, que caracteriza a la táctica kirchnerista de acumulación de poder interno [8]? Solamente quien  lo ignore  todo o despliegue una azoradora mala fe, podrá sostenerlo. Es evidente que el rascatripas aludido nada sabe sobre Schmitt, como seguramente tampoco el “comentarista” de ocasión lo habrá leído ni por las tapas. El que sí conoce lo suficiente –Mariano Grondona– ha optado por guardar un prudente cuan plausible silencio.
Dicho sea en descargo, no es fácil leer a Schmitt. A un rigor científico expresivo poco usual en nuestra lengua, añade un modo discursivo particular y un hermetismo fontal muy difícil de asumir y superar. El mismo Jünger, en una carta de diciembre 1954 a propósito del famoso Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso, le elogiaba el “progreso en cuanto al estilo”, ¡para censurarle a continuación una impropiedad expresiva!...[9] Por entonces, lo sustancial de la obra de Schmitt ya había sido publicado, particularmente lo que refiere al deslinde entre el amigo y el enemigo.
 Parecería que el orden K tiene como absolutos antivalores al nazismo y al fascismo. “Nazi” y “facho” son los descalificadores absolutos, el non plus ultra de la ética política del gorilismo KK. Sin embargo, soporta impertérrito la maniobra pseudológica psicopolítica de vincularlo con un escritor “maldito” tachado de nazi. ¿Por qué?
En verdad, por soberbia ignaridad: quien cita con frecuencia a CS es Chantal Mouffe, socióloga belga que se cuenta entre las muchas gentes de izquierda que hallan a pesar de todo interesante el estudio del jurista del Sauerland. Esta señora discurre plácidamente la tercera etapa de su vida en la segura y pluralista Londres en compañía del sociólogo argentino Ernesto Laclau, mentor  doctrinal de Él. Como esta buena gente conoce el valor de la jerarquía, de la discreción y del disciplinado encolumnamiento detrás del –o de la– que manda; asunto concluido: ¡el “nazi” ha pasado a ser “propia tropa”!
Y a los gorilas de enfrente, ¡que les den morcilla!






[1]  Cuyo 123 aniversario se habría cumplido el 11 de julio ppdo.
[2]  Que nada tiene que ver con Prusia, ni siquiera por proximidad geográfica, como ignora el periodista aludido. Lo que pasa es que es un productivo reflejo condicionado vincular “prusiano” con militarista, autoritario, represor etc.
[3]  Contestación a un exiliado, invierno de 1945-6.
[4]  Cántico de un viejo alemán, 11/7/1948, traducido por Eugenio d’ Ors.
[5]  Nimio de Anquín: Mito y Política, II-2 in fine.
[6]  En definitiva, sería Robert Aron tal director.
[7]  Pierre-André Taguieff : postfacio a L’ Essence du Politique ; París, Dalloz, 2004.
[8]  El planteo de Schmitt se refiere al Estado frente a otros Estados, no a la politiquería interior.
[9]  En Diálogo sobre el poder y el acceso al poderoso; Bs. As., FCE, 2010; trad. Silvia Villegas; p. 62.

miércoles, 8 de junio de 2011

El 9 junio 1956: la hybris del siglo XX

El 9 de junio de 1956, a la avanzada noche, comenzó un proceso atroz de salvajismo y desencuentro entre argentinos, que sólo concluiría tres días más tarde, tras el fusilamiento de veintisiete ciudadanos (otros seis murieron en los escasos combates).
Es sin duda la más cruda patentización en el siglo XX de la irremisible hybris que nos balda a los argentinos, más allá de la inflación recurrente, la chabacanería, la superficialidad, la ciclotimia, el resentimiento, la amnesia y la envidia: los males colectivos a los que se achaca con más frecuencia la causa de nuestra constante desgracia. Desmesura soberbia que nos ubica en un perpetuo mesianismo, que determina que la Historia comience con nosotros (y con nosotros concluya), por lo que no habrá de pararse mientes en todo lo que sea necesario destruir para transitar ese breve íter lo más proficuamente posible.
Sólo comparable –en el siglo XIX– al fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego el 13 de diciembre de 1828 o la masacre impiadosa del homólogo –sanjuanino– Venancio Benavídez treinta años más tarde. Y con parejas consecuencias ominosas para la convivencia comunitaria entre argentinos.
Basado en un infantil y utópico movimiento cívico-militar enderezado a restaurar la Constitución de 1949 pretendiendo lograrlo ¡sin derramamiento de sangre!, que conocía perfectamente y dejó avanzar para hacer tronar el escarmiento; el gobierno desató una operación de terror que duró setenta y dos horas, con el saldo ya anticipado. El 10 se empezó fusilando civiles y militares retirados. A ellos es a quienes más se recuerda, por obra de la formidable Operación Masacre de Rodolfo Walsh[1]. Injustamente, suele preterirse al teniente coronel José Albino Yrigoyen, al  capitán Jorge Miguel Costales y a los civiles Clemente y Norberto Braulio Ross, Osvaldo Alberto Albedro y Dante Hipólito Lugo, fusilados –los primeros en lugar– en la Unidad Regional de Policía de Lanús. El 11 fue el turno de los militares en actividad (sin distinguir entre oficiales y suboficiales), con un grado mayor de formalismo aparente[2]. El 12 se reservó para el jefe del motín, general de división Juan José Valle (forzado moralmente a rendirse para hacer cesar el terror) y de un subteniente de reserva que se pasó de leal y consecuente[3]. Y lo mataron por esto en una perrera.
De momento, dio resultado: nadie se escandalizó más allá de los convencionalismos. Sólo un reducido grupo de marginales (nacionalistas y socialistas ultra hors système[4]) puso el grito en el cielo, con resultado nulo: no existía por entonces –casi– la televisión colectiva ni mucho menos las “redes sociales” ni los teléfonos celulares ni el fax ni el correo electrónico ni la radiofonía FM, ni siquiera la tarjeta telefónica.
Pero, con el tiempo, habría de determinar el arribo a la presidencia de Frondizi, la posterior reivindicación de Perón y hasta dotar de legitimidad al asesinato de Aramburu, responsable principal de aquellos asesinatos disfrazados de ejecuciones. Es otra historia.
Las desgracias colectivas son hermanas mayores de la poesía. Difícilmente las sociedades cómodas y felices conciben poetas y, si ello excepcionalmente ocurre, trátase de marginales o contestatarios.
El 9 de junio de 1956 dio lugar a una plétora de bellísimas poesías. Hoy, cerraremos esta breve reflexión profundamente evocativa con una de ellas, debida a Fermín Chávez, porque cumple la doble función de recordar a los inmolados en el propio texto de los versos.
Es nuestro consecuente homenaje (integramos aquellos marginales y nos cansamos de recibir pateaduras y latigazos, en atrios de iglesias y cementerios) a los venerables hermanos muertos a raíz de aquel 9 de junio de 1956:

Las  Sombras

Los muertos que uno llora ascienden de la tumba.
(Robert Brasillach)


Está llegando junio con sus frías pezuñas,
con el duro cumpleaños y el luto en la solapa.
Están llegando al muro las sombras de los nuestros
congregados al grito de grises pelotones.
Están saliendo sombras del gran presidio triste,
de mi tierra más triste, del silencio argentino.
El sol ciega sus ojos extraños a la vida
y los lleva hasta el sitio donde estuvo la muerte.
Están saliendo al patio los queridos espectros
traídos por un gesto de la patria ultrajada.
-Coronel Irigoyen, tres pasos adelante.
-Albedro, Dante Lugo, otro paso hasta el plomo.
Oscar L. Cogorno, madura flor en llamas,
Jorge Miguel Costales, capitán indomado,
Eloy Caro, Noriega, Dardo Cano, Cortines,
colmados por el agua nocturna de su estrella.
Los Ross, Costa, Videla, Miguel Ángel Paulini,
Gareca, Mario Brion, Ibazeta, Quiroga,
Abadie, Luis Pugnetti, Rojas, Miguel Rodríguez,
son fantasmas plateados que el oprobio desata.
Lentamente las sombras buscan la arena negra,
la arena coagulada, su corazón caído.
La vida que tuvieron cuando el alba se enfriaba,
el agrio plomo, ardido, sin una abolladura.
Murallones rojizos en la calle Las Heras
aún guardan el saludo del Jefe fusilado.
Los espectros se acercan a la pared llagada
y desnudan las bocas de los pechos vacíos.






[1]  Vicente Rodríguez, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brion y Carlos Lizaso.
[2]  Coroneles Alcibíades Eduardo Cortines y Ricardo Santiago Ibazeta, capitanes Aldo Luis Caro y Dardo Néstor Cano, tenientes primeros Néstor Marcelo Videla y Jorge Leopoldo Noriega (Campo de Mayo); suboficiales principales Miguel Ángel Paulini y Ernesto Garecca; sargentos ayudantes Isauro Costa y Luis Pugnetti,  sargentos Luciano Isaías Rojas y Hugo Eladio Quiroga, y cabo 1° Luis Miguel Rodríguez (Penitenciaría nacional –en defecto del  Regimiento 2 de Infantería– y Escuela de Mecánica del Ejército).
[3]  Subteniente de reserva Alberto Juan Abadíe, fusilado en la escuela de adiestramiento de perros de la policía de la provincia de Buenos Airees, en las afueras de La plata, a la tarde del 12 junio 1956.
[4]  Los “oficiales” se encolumnaron en el oficialismo, encabezados por Américo Ghioldi y su famosa definición:Se acabó la leche de Clemencia”.

jueves, 2 de junio de 2011

El hombre que zurró a los ingleses

El domingo 30 de mayo partió en la definitiva singladura el Contraalmirante Carlos H. Robacio, héroe de la guerra de las Malvinas.
Será por eso que, salvo el matutino de Bahía Blanca (ciudad del sur que había elegido como residencia tras su retiro de la Armada), nadie recogió la información. Tampoco los mandos militares dijeron una palabra, siquiera de compromiso. Como escribió con justicia Héctor Martinotti, “Las Naciones que olvidan a sus héroes anhelan convertirse en Factorías”.
El cual silencio sin duda ha sido el mejor homenaje que le pudieron hacer. Porque Robacio –un hombre cabal y un soldado patriota en grado superlativo– estaba dotado del sentido exacto de la propia precariedad, y por tanto se reía del oropel y de la pompa de los ditirambos oficiales. 
Un flacuchín de tez cetrina y pelo negrísimo, con aspecto de inofensivo, que sin embargo llegó a ser uno de los oficiales de la infantería de marina más completos y respetados, por corajudo, carismático y técnicamente dotado. Al extremo que, contra todos los precedentes, se le prorrogó en su momento el mando del mítico BIM 5 –basado en Río Grande, Tierra del Fuego–, al frente del cual (800 chicos de la guerra magníficamente entrenados, por él, para el combate nocturno) debió partir a las Malvinas apenas iniciado abril de 1982.
Le correspondió "bailar con la más fea": durante la embestida inglesa final, su batallón fue el encargado de defender el complejo de alturas aledañas al Puerto Argentino Two Sisters-Sapper Hill-Tumbledown, reforzado de apuro con 200 combatientes del Ejército, mayoritariamente de los RI 4 y 6. Se enfrentó con los paracaidistas, los Guardias galeses y escoceses y los temidos Gurjas nepaleses. No sólo los detuvo: les infligió el décuplo de bajas comparadas con las propias, y se retiró en perfecto orden (acatando a regañadientes la manda de rendición), combatiendo y destruyendo todo armamento útil que era menester abandonar. Prisionero, soportó con humor y espíritu de camaradería el cautiverio y regresó a la Patria por la puerta excusada, rumiando con hombría la amargura de la derrota inmerecida y la infamia de la sociedad.
Los yanquis, que lo sabían todo por haberlo visto todo, lo condecoraron con la Legión al Mérito en el grado de Comandante...
Prosiguió en silencio su carrera militar hasta alcanzar el grado máximo y del mismo modo pasó a retiro. Nunca faltaba –en su ciudad de adopción– a los humildes actos del 2 de abril y del aniversario del Almirante Brown, vestido de civil y como un asistente más.
En lo literario, no era Julio César, pero a pesar de ello –y con plena consciencia– produjo un libro de memorias de guerra, para cuya redacción se hizo asistir      –¡en grado de co-autor! – por su suboficial mayor de confianza en el batallón. Titulado Desde el Frente, forma parte de la voluminosa bibliografía sobre aquella guerra que, en nuestros días, casi nadie lee y menos aún citan en nuestro país.
Había nacido (el 8/9/1933) en una pequeña ciudad de Corrientes llamada Caá Catí [1], lo cual lo hizo desde pequeño nadador como un capibara[2] y pendenciero como el que más. Casualidad o no, fue esta provincia –verdadero fenómeno sociológico que constituye el mejor contrafuerte de nuestro Estado nación–  la que más hijos muertos aportó a la gesta malvinera. Asunto sobre el que todavía resta escribir, y mucho.
Contraalmirante IM (RE) Carlos Hugo Robacio: ¡Buen viaje!

8 junio 2011: Publicada la precedente entrada, trascendió que el Ministerio de Defensa sancionó al jefe del Regimiento 25 de Infantería Mecanizada, Teniente Coronel Víctor Manuel Paz, con  treinta días de arresto riguroso por haberse excedido en el homenaje al héroe muerto "afectando la confiabilidad y equilibrio emocional (dominio de si mismo) necesario para el ejercicio del cargo asignado" (sic).
Este personaje, reiteradamente sodomizado por "El" Ausente (de cuerpo presente, al parecer, en una bóveda en el cementerio de Río Gallegos, presta a ser ascendida a mausoleo), a la postre premiado, por su mansedumbre en tal menester, con un puesto en el Correo primero y ahora en el Ministerio de la Defensa (re-sic), se refocila sancionando a un oficial consecuente, lineal, simple, que creyó que el homenaje a los héroes era un valor, más aún para un militar en ejercicio del comando de tropa destinada a la defensa de la Patria.
Sirva este precedente para los milicos caguinches, que suponen que se puede convivir con esta cagarruta y que, por hacerse los desentendidos, no los van a mirar. Esto, como en Salamina, es a todo o nada. De paso: al almirante Robacio no pueden haberle hecho mejor homenaje.



[1]  “Yerbal maloliente” en guaraní, aunque los lugareños prefieren trocar el adjetivo con “de olor fuerte”.
[2]  Castellanización del guaraní capi-ivá: carpincho.


martes, 24 de mayo de 2011

El escribano poeta

Jorge Melazza Muttoni
(1921 - 1995)

El 23 de mayo de 1995 se nos fue Jorge Melazza Muttoni, el escribano poeta.
Vaya a saber porqué, tenía dos miedos (que le sirvieron de causa para otras tantas bellas poesías): a los  viernes y a morirse en un café. La vida le deparó la gracia de morir en su casa, entre los suyos, y un martes (que, hélas, era el día aciago para los antiguos griegos). Será por eso que no quiso abusar de la suerte y se quedó sin ver el sol patrio que se acercaba.
Discurrió su vida en un plano discreto y menor, perfectamente asumido y determinado, como sólo los grandes que saben que lo son tienen el temple para decidir. Porque Melazza fue un gran poeta, aunque jamás lo admitiera y aunque la sociedad en que vivía apenas se diera cuenta.
Y como tal le cantó incomparablemente, alternando un castizo ortodoxo y un lunfardo encantador, a su ciudad (baste recordar Buenos Aires, 1930, Palermo, Boca Juniors  –¡era hincha de San Lorenzo! – y Gardel, todas antológicas), a sus gentes, a sus pequeñas cosas cotidianas, a los misterios de la vida.
Pero, además, cantó a sus grandes hombres y a la historia patria, clavando así en este duro Flandes americano su pica revisionista. Desfilaron de este modo por su lira San Martín, el Perito Moreno, Dorrego, Lugones, Yrigoyen, Artigas, Chilavert, José Hernández, Perón, el Operativo Cóndor (¿quién, si no Melazza, se acordó de él y se conmovió ante él?). Todos transfigurados, protagonistas de una poesía sin prosopopeya, con adjetivos administrados cicateramente a fuerza de tanto respetarlos, con imágenes originalísimas, desde puntos de mira inatisbados y sorprendentes. 
Pero dos de estas poesías sobresalen del resto: las que dedicó a Rosas y a Ciriaco Cuitiño, el mazorquero, pequeñas joyitas que afortunadamente merecieron imprenta. La primera fue incluida en la formidable crestomatía La Vuelta de Don Juan Manuel, que seleccionó Fermín Chávez y editó Theoría en 1991. La segunda la sacó el padre Castellani de Tenemos que morirnos –todo un título para un libro de versos– y la reprodujo en Jauja nº 11, de noviembre de 1967.
En 1993, seguramente por una premonición de ésas que los poetas tienen (porque sólo a ellos les es dado), sintió la necesidad de publicar una antología, De la ciudad, su gente y sus amores, que le editó Vinciguerra y que naturalmente ni intentó vender, limitándose a distribuirla generosamente entre sus amigos.
En el prólogo escribió:

“En mi país -duramente contradictorio-, el comenzar a ser se inaugura con la muerte.
A su espera, aún a riesgo de que en ella se me catalogue de buen hombre, publico estos versos, que valen como formal angustia”.

Jorge Melazza Muttoni ya no está angustiado. Ya comenzó a ser. Respetuosos, no cederemos a la tentación de calificarlo de buen hombre, aunque lo fue y en grado sumo.
Pero, hueros de su poesía singularísima, habremos –para concluir– de tomarle prestados unos versos escogidos de su  Poeta envejecido que escribió, con temor tal vez:

Lo llevan y lo traen mansamente
con algún gil para contar su gloria.
Pero al final se irá de la memoria

como se va en el subte alguna gente.
Y habrá crecido pelotudamente
como una mina que no tuvo historia...

Melazza tiene ya asegurado un lugar entre los que, sin querer, hicieron sin embargo Historia, con la más difícil, dura y noble  de las herramientas: la poesía. Y ya integra la memoria de la Patria.

martes, 10 de mayo de 2011

Arbolito, "colabos" y maniqueos

Recientemente, le fue cambiado el nombre a una escuela especial de la ciudad bonaerense de Azul: de Julio Argentino Roca a Arbolito. Se entendió que “Trabajar en educación especial con un nombre que representaba la exclusión y el exterminio no era demasiado coherencia”, explicó sic el mentor de la revolucionaria medida, sin explicar por qué se consideraba al general Roca un exterminador y un excluyente. Al acto asistió –acompañado de un oportuno conjunto musical ad hoc– el escritor Osvaldo Bayer, mezcla extraña de obispo refractario, comisario del pueblo y mal vestido inveterado. Se encargó en la oportunidad de informar a los escasos asistentes (entre ellos, naturalmente el intendente, víctima de lo políticamente correcto)  sobre quién era o había sido el nuevo patrono: un indiecito ranquel que, conmovido por los actos brutales (se abstuvo de emplear la palabra “genocida”) del “prusiano”, lo emboscó en una hondonada cuando estaba alejado de su tropa, le boleó el caballo  y “le cortó la cabeza”. Acto que el denodado propiciador de la medida, un tal Jorge Meza, calificó de “hacer justicia”, en su minuto de gloria que tuvo en una FM de Azul. Por lo visto, para alguna gente, matar es abominable y execrable sólo si la víctima es amiga; y excelente en caso contrario.
Viene a instalarse así una suerte de lucha de etnias entre los blancos expoliadores y rapaces, cabales genocidas, y los “pueblos originarios” avasallados, arrollados y exterminados (“¿Qué mal habían hecho?”, dijo Bayer en su discurso). Lo cual, para marxistas como él, es un deleite particular, más allá de que sus mentores –¡también alemanes!– hablaran de “clases”, no de etnias.
Pero pongamos ordenadamente los puntos sobre las íes:
Federico Rauch [1], oriundo de Alsacia y militante de Napoleón en Waterloo (por ende cualquier cosa menos que prusiano), llegó al Río de la Plata en 1819, para incorporarse al ejército, no para exterminar indios. El mentiroso de Bayer afirma que la contratación fue en 1826, con ese específico fin. Y que Rauch escribía sus partes oficiales en alemán, como una suerte de nazi avant la lettre (& le temps). Lo de “prusiano” no es otra cosa que una pseudología para sugerir que Rauch era un autoritario, matón, cobarde, asesino y disipado, como cuadra a todo tal. Poco importa que, por aquellos años, Prusia fuera sólo uno de los muchos Estados en que se dividía Alemania, unificada como Estado recién avanzada la década de los ’70.
Por despecho y rencor hacia Dorrego, Rauch tomó partido por Lavalle en el golpe de diciembre 1828, y se constituyó pronto en jefe de una de sus partidas en la campaña de Buenos Aires. Debió enfrentarse así a las fuerzas de Rosas, mandadas por el chileno Miranda y compuestas en buena proporción por indios “amigos”, quienes lo derrotaron en un duro combate de caballería habido en la laguna Las Vizcacheras, cerca de Monte. Al huir a todo galope, el cabo de Blandengues Manuel Andrada le boleó el caballo y, tras ablandarlo en patota a lanzazos, el “indio  Nicasio lo ultimó” [2]. Esto lo confirma el coronel Prudencio Arnold en su fascinante memoria titulada Un soldado argentino (Bs. As., Eudeba, 1970, p. 35), hoy, naturalmente, inconseguible.
Rauch, pues, murió por unitario y jefe militar de un gobierno faccioso, no por genocida o enemigo de los indios. Si bien fue un indio quien lo ultimó (seguramente lo decapitaron post mórtem, pues el alsaciano no era de arrear con las riendas), fue un blanco quien le boleó el caballo. Este indio Nicasio se llamaba, según Arnold, Nicasio Maciel, “último valiente cacique que murió después en Caseros” (ibíd, p. 34). Nada dice de ningún “Arbolito”.
Sí explica: “No sé de qué medios se valió el comandante Rosas para hacer venir desde Chile hacia Buenos Aires al cacique (Venancio) Cañoepán [3], hacerlo servir a su plan de sacar los cristianos que vivían en comunidad con ellos, con toda la fidelidad deseable en favor de los cristianos y en contra de los mismos indios. Con estos hombres trabajó para sembrar la discordia entre los indios malos a fin de que los cristianos que los aleccionaban no pudiendo vivir entre ellos, tuvieran que emigrar como lo hicieron” (énfasis añadidos; p. 19).
El citado Yaben aclara que Rauch era un maestro en eso de tejer alianzas con los indios contra sus iguales, lo que le permitió los valiosos triunfos de toldos de Chipelencú (30/12/ 1826) y Sierra de la Ventana (7/1/ 1827) [4].
De modo que, en definitiva, “nuestros paisanos los indios”, como los llamaba el general San Martín, intervinieron activamente en la época independiente, tomando partido inicialmente por “realistas” y “patriotas”, y posteriormente por “unitarios” y “federales”, “pandilleros” y “chupandinos”. Se distinguieron siempre por su rapacidad (que no es una característica racial ni étnica, menos exclusiva), su valentía y su compromiso. Por tal motivo, ambos bandos los reclutaron con particular entusiasmo, sabiendo lo que se ganaban. Incluso el general Roca hizo esto, sin lo cual su campaña no hubiera tenido éxito, más allá del rémington y del telégrafo: hoy día, los múltiples descendientes (reales o fingidos) del cacique Nahuelpán se disputan salvajemente las muchas hectáreas que configuran el paraje de este nombre, cercano a Esquel, que el Congreso adjudicó a él y a su familia a instancias del general, conmovido por los servicios de baqueanaje que le había prestado el cacique.  Es por esto que, mucho antes, el acta de la Independencia labrada en Tucumán, fue escrita en castellano y en quechua. Y que el sol incaico fue estipulado por el mismo Congreso para centrar la franja blanca de nuestra bandera azul.
No hubo, en síntesis, lucha de etnias. Ni genocidio. Hubo alianzas de paisanos con paisanos contra paisanos y paisanos, blancos e indios, mestizos y mulatos, a la manera en que cristianos y musulmanes se entremezclaron en alianzas oscilantes durante ocho siglos para terminar configurando España. Y predominio inexorable de la que estaba evolutivamente más adelantada.
Ni “pueblos originarios”, ya que buena parte de las luchas las protagonizaron paisanos venidos de Chile después de las Independencias; por lo que nada de “originarios” tenían. Más allá de que muchos de ellos (como el citado Venancio y los propios Piedra) juraran la bandera argentina, vistieran el uniforme militar patrio y fueran hasta el final fieles a su promesa. Doy fe. En lo que mucho tuvo que ver el “Zorro” Roca, maestro en las relaciones humanas y en la construcción de grandes empresas políticas.
Y sí hubo brutalidades –muchas– de todos lados, conforme a los tiempos. Como ocurrió en Europa, en el resto de América ibérica, en la China, en los Estados Unidos.
Este Bayer, maestro en el arte de la verdad parcial, del ocultamiento sistemático de los datos adversos [5] y de la esquematización maniquea de la realidad ad maiorem glóriam marxística, siempre cae parado. Durante los años de plomo, vivió un dorado exilio en Alemania, gracias a su dominio del mismo idioma en que –según él– el coronel Rauch escribía sus partes militares. En ese país vive la mitad de su tiempo y allí habita su familia. Acá se dedica a boicotear lo nacional, dinamitar las bases del Estado argentino y fomentar la disgregación y la discordia (que los griegos llamaban hybris). Lo que no es extraño, porque los centros de bombardeo hacia los Estados americanos (Chile incluido) están en Inglaterra, Escandinavia, Alemania y España [6] y de allí parten los fondos para nutrir a estas bien organizadas cruzadas y dar el -decisivo– combate cultural.
Así, a la módica gilada azuleña, le vendió lo del vengador de su raza, cuando en verdad el cacique Nicasio (“Arbolito” o no) fue un aliado de los huincas, que mató a un huinca en beneficio de otros huincas para quienes peleaba; y a quienes fue tan fiel que, muchos años más tarde, dio su vida por ellos. Y se olvidó de aclararles, a los pobres ignaros, que el muerto también tenía –muchos– aliados de la propia raza del “vengador”.
Con lo que en definitiva –laus déorum– ¡Oh, Lampedusa!, vino a cambiarse algo para no cambiarse, en definitiva, nada. Ojalá hubiera hoy muchos Nicasios Arbolitos Maciel y –también– muchos Gringos Rauch y muchos Julio Roca.
Y que desaparecieran para bien de todos los Bayer, Euro Latin News  y tamaña escoria.



[1]  Rauch, en alemán (lengua predominante en Alsacia, más allá de ser hoy tierra francesa) significa humo.
[2]  Jacinto R. Yaben: Biografías Argentinas y Americanas, Bs. As., Metrópolis, 1939; t. IV, p. 907.
[3]  Combatió en Navarro por Dorrego. Fue asesinado por Calfucurá. Tiene una calle evocativa en la ciudad de Bahía Blanca, Seguramente el dinámico binomio Bayer-Meza, cuando se entere, bregará por que le supriman el nombre.
[4]  Op. cit., p. 905.
[5]  Que ensayó magistralmente en Los Vengadores de la Patagonia Trágica.
[6]  Los centros mapuches tienen estrechas vinculaciones con la ETA.