miércoles, 8 de junio de 2011

El 9 junio 1956: la hybris del siglo XX

El 9 de junio de 1956, a la avanzada noche, comenzó un proceso atroz de salvajismo y desencuentro entre argentinos, que sólo concluiría tres días más tarde, tras el fusilamiento de veintisiete ciudadanos (otros seis murieron en los escasos combates).
Es sin duda la más cruda patentización en el siglo XX de la irremisible hybris que nos balda a los argentinos, más allá de la inflación recurrente, la chabacanería, la superficialidad, la ciclotimia, el resentimiento, la amnesia y la envidia: los males colectivos a los que se achaca con más frecuencia la causa de nuestra constante desgracia. Desmesura soberbia que nos ubica en un perpetuo mesianismo, que determina que la Historia comience con nosotros (y con nosotros concluya), por lo que no habrá de pararse mientes en todo lo que sea necesario destruir para transitar ese breve íter lo más proficuamente posible.
Sólo comparable –en el siglo XIX– al fusilamiento del gobernador Manuel Dorrego el 13 de diciembre de 1828 o la masacre impiadosa del homólogo –sanjuanino– Venancio Benavídez treinta años más tarde. Y con parejas consecuencias ominosas para la convivencia comunitaria entre argentinos.
Basado en un infantil y utópico movimiento cívico-militar enderezado a restaurar la Constitución de 1949 pretendiendo lograrlo ¡sin derramamiento de sangre!, que conocía perfectamente y dejó avanzar para hacer tronar el escarmiento; el gobierno desató una operación de terror que duró setenta y dos horas, con el saldo ya anticipado. El 10 se empezó fusilando civiles y militares retirados. A ellos es a quienes más se recuerda, por obra de la formidable Operación Masacre de Rodolfo Walsh[1]. Injustamente, suele preterirse al teniente coronel José Albino Yrigoyen, al  capitán Jorge Miguel Costales y a los civiles Clemente y Norberto Braulio Ross, Osvaldo Alberto Albedro y Dante Hipólito Lugo, fusilados –los primeros en lugar– en la Unidad Regional de Policía de Lanús. El 11 fue el turno de los militares en actividad (sin distinguir entre oficiales y suboficiales), con un grado mayor de formalismo aparente[2]. El 12 se reservó para el jefe del motín, general de división Juan José Valle (forzado moralmente a rendirse para hacer cesar el terror) y de un subteniente de reserva que se pasó de leal y consecuente[3]. Y lo mataron por esto en una perrera.
De momento, dio resultado: nadie se escandalizó más allá de los convencionalismos. Sólo un reducido grupo de marginales (nacionalistas y socialistas ultra hors système[4]) puso el grito en el cielo, con resultado nulo: no existía por entonces –casi– la televisión colectiva ni mucho menos las “redes sociales” ni los teléfonos celulares ni el fax ni el correo electrónico ni la radiofonía FM, ni siquiera la tarjeta telefónica.
Pero, con el tiempo, habría de determinar el arribo a la presidencia de Frondizi, la posterior reivindicación de Perón y hasta dotar de legitimidad al asesinato de Aramburu, responsable principal de aquellos asesinatos disfrazados de ejecuciones. Es otra historia.
Las desgracias colectivas son hermanas mayores de la poesía. Difícilmente las sociedades cómodas y felices conciben poetas y, si ello excepcionalmente ocurre, trátase de marginales o contestatarios.
El 9 de junio de 1956 dio lugar a una plétora de bellísimas poesías. Hoy, cerraremos esta breve reflexión profundamente evocativa con una de ellas, debida a Fermín Chávez, porque cumple la doble función de recordar a los inmolados en el propio texto de los versos.
Es nuestro consecuente homenaje (integramos aquellos marginales y nos cansamos de recibir pateaduras y latigazos, en atrios de iglesias y cementerios) a los venerables hermanos muertos a raíz de aquel 9 de junio de 1956:

Las  Sombras

Los muertos que uno llora ascienden de la tumba.
(Robert Brasillach)


Está llegando junio con sus frías pezuñas,
con el duro cumpleaños y el luto en la solapa.
Están llegando al muro las sombras de los nuestros
congregados al grito de grises pelotones.
Están saliendo sombras del gran presidio triste,
de mi tierra más triste, del silencio argentino.
El sol ciega sus ojos extraños a la vida
y los lleva hasta el sitio donde estuvo la muerte.
Están saliendo al patio los queridos espectros
traídos por un gesto de la patria ultrajada.
-Coronel Irigoyen, tres pasos adelante.
-Albedro, Dante Lugo, otro paso hasta el plomo.
Oscar L. Cogorno, madura flor en llamas,
Jorge Miguel Costales, capitán indomado,
Eloy Caro, Noriega, Dardo Cano, Cortines,
colmados por el agua nocturna de su estrella.
Los Ross, Costa, Videla, Miguel Ángel Paulini,
Gareca, Mario Brion, Ibazeta, Quiroga,
Abadie, Luis Pugnetti, Rojas, Miguel Rodríguez,
son fantasmas plateados que el oprobio desata.
Lentamente las sombras buscan la arena negra,
la arena coagulada, su corazón caído.
La vida que tuvieron cuando el alba se enfriaba,
el agrio plomo, ardido, sin una abolladura.
Murallones rojizos en la calle Las Heras
aún guardan el saludo del Jefe fusilado.
Los espectros se acercan a la pared llagada
y desnudan las bocas de los pechos vacíos.






[1]  Vicente Rodríguez, Nicolás Carranza, Francisco Garibotti, Mario Brion y Carlos Lizaso.
[2]  Coroneles Alcibíades Eduardo Cortines y Ricardo Santiago Ibazeta, capitanes Aldo Luis Caro y Dardo Néstor Cano, tenientes primeros Néstor Marcelo Videla y Jorge Leopoldo Noriega (Campo de Mayo); suboficiales principales Miguel Ángel Paulini y Ernesto Garecca; sargentos ayudantes Isauro Costa y Luis Pugnetti,  sargentos Luciano Isaías Rojas y Hugo Eladio Quiroga, y cabo 1° Luis Miguel Rodríguez (Penitenciaría nacional –en defecto del  Regimiento 2 de Infantería– y Escuela de Mecánica del Ejército).
[3]  Subteniente de reserva Alberto Juan Abadíe, fusilado en la escuela de adiestramiento de perros de la policía de la provincia de Buenos Airees, en las afueras de La plata, a la tarde del 12 junio 1956.
[4]  Los “oficiales” se encolumnaron en el oficialismo, encabezados por Américo Ghioldi y su famosa definición:Se acabó la leche de Clemencia”.

jueves, 2 de junio de 2011

El hombre que zurró a los ingleses

El domingo 30 de mayo partió en la definitiva singladura el Contraalmirante Carlos H. Robacio, héroe de la guerra de las Malvinas.
Será por eso que, salvo el matutino de Bahía Blanca (ciudad del sur que había elegido como residencia tras su retiro de la Armada), nadie recogió la información. Tampoco los mandos militares dijeron una palabra, siquiera de compromiso. Como escribió con justicia Héctor Martinotti, “Las Naciones que olvidan a sus héroes anhelan convertirse en Factorías”.
El cual silencio sin duda ha sido el mejor homenaje que le pudieron hacer. Porque Robacio –un hombre cabal y un soldado patriota en grado superlativo– estaba dotado del sentido exacto de la propia precariedad, y por tanto se reía del oropel y de la pompa de los ditirambos oficiales. 
Un flacuchín de tez cetrina y pelo negrísimo, con aspecto de inofensivo, que sin embargo llegó a ser uno de los oficiales de la infantería de marina más completos y respetados, por corajudo, carismático y técnicamente dotado. Al extremo que, contra todos los precedentes, se le prorrogó en su momento el mando del mítico BIM 5 –basado en Río Grande, Tierra del Fuego–, al frente del cual (800 chicos de la guerra magníficamente entrenados, por él, para el combate nocturno) debió partir a las Malvinas apenas iniciado abril de 1982.
Le correspondió "bailar con la más fea": durante la embestida inglesa final, su batallón fue el encargado de defender el complejo de alturas aledañas al Puerto Argentino Two Sisters-Sapper Hill-Tumbledown, reforzado de apuro con 200 combatientes del Ejército, mayoritariamente de los RI 4 y 6. Se enfrentó con los paracaidistas, los Guardias galeses y escoceses y los temidos Gurjas nepaleses. No sólo los detuvo: les infligió el décuplo de bajas comparadas con las propias, y se retiró en perfecto orden (acatando a regañadientes la manda de rendición), combatiendo y destruyendo todo armamento útil que era menester abandonar. Prisionero, soportó con humor y espíritu de camaradería el cautiverio y regresó a la Patria por la puerta excusada, rumiando con hombría la amargura de la derrota inmerecida y la infamia de la sociedad.
Los yanquis, que lo sabían todo por haberlo visto todo, lo condecoraron con la Legión al Mérito en el grado de Comandante...
Prosiguió en silencio su carrera militar hasta alcanzar el grado máximo y del mismo modo pasó a retiro. Nunca faltaba –en su ciudad de adopción– a los humildes actos del 2 de abril y del aniversario del Almirante Brown, vestido de civil y como un asistente más.
En lo literario, no era Julio César, pero a pesar de ello –y con plena consciencia– produjo un libro de memorias de guerra, para cuya redacción se hizo asistir      –¡en grado de co-autor! – por su suboficial mayor de confianza en el batallón. Titulado Desde el Frente, forma parte de la voluminosa bibliografía sobre aquella guerra que, en nuestros días, casi nadie lee y menos aún citan en nuestro país.
Había nacido (el 8/9/1933) en una pequeña ciudad de Corrientes llamada Caá Catí [1], lo cual lo hizo desde pequeño nadador como un capibara[2] y pendenciero como el que más. Casualidad o no, fue esta provincia –verdadero fenómeno sociológico que constituye el mejor contrafuerte de nuestro Estado nación–  la que más hijos muertos aportó a la gesta malvinera. Asunto sobre el que todavía resta escribir, y mucho.
Contraalmirante IM (RE) Carlos Hugo Robacio: ¡Buen viaje!

8 junio 2011: Publicada la precedente entrada, trascendió que el Ministerio de Defensa sancionó al jefe del Regimiento 25 de Infantería Mecanizada, Teniente Coronel Víctor Manuel Paz, con  treinta días de arresto riguroso por haberse excedido en el homenaje al héroe muerto "afectando la confiabilidad y equilibrio emocional (dominio de si mismo) necesario para el ejercicio del cargo asignado" (sic).
Este personaje, reiteradamente sodomizado por "El" Ausente (de cuerpo presente, al parecer, en una bóveda en el cementerio de Río Gallegos, presta a ser ascendida a mausoleo), a la postre premiado, por su mansedumbre en tal menester, con un puesto en el Correo primero y ahora en el Ministerio de la Defensa (re-sic), se refocila sancionando a un oficial consecuente, lineal, simple, que creyó que el homenaje a los héroes era un valor, más aún para un militar en ejercicio del comando de tropa destinada a la defensa de la Patria.
Sirva este precedente para los milicos caguinches, que suponen que se puede convivir con esta cagarruta y que, por hacerse los desentendidos, no los van a mirar. Esto, como en Salamina, es a todo o nada. De paso: al almirante Robacio no pueden haberle hecho mejor homenaje.



[1]  “Yerbal maloliente” en guaraní, aunque los lugareños prefieren trocar el adjetivo con “de olor fuerte”.
[2]  Castellanización del guaraní capi-ivá: carpincho.