Luis Ferdinando Céline, nacido Destouches[1] en 1894 en Courbevoie (Francia) fue un abnegado médico francés devenido en escritor, que revolucionó como tal el idioma de Racine y Molière con una serie de novelas, que comenzó con Viaje al fin de la noche y siguió, entre otras muchas, con Muerte a crédito, Guignol’s Band, De un castillo al otro[2], Fantasías para otra ocasión, Norte y Rigodón. Murió aún joven en 1961, en Meudon (arrabales de París) (donde ejercía virtualmente gratis la medicina y subsistía en situación de extrema pobreza), casi seguro a resultas de un ACV derivado de los padecimientos de la II posguerra.
Con un estilo directo y brutal, pletórico de términos del argot muchos de ellos groseros y/u obscenos, ayudándose con abuso de puntos suspensivos y signos de admiración, logra un discurso tremendamente impactante, “emotivo” como decía pretender, pero en el que se trasunta también una notable erudición cultural y una profundidad argumental sorprendente. Discurso, por cierto, nihilista, anarquista y pesimista, pero también abismalmente patriótico (nota que siempre reivindicó). Este patriotismo farouche le valió ser lisiado de guerra en la I mundial, la que hizo como suboficial en un regimiento de caballería.
Céline estuvo en el bando equivocado: a raíz de su desaforado antisemitismo (de cuño intelectual, sin embargo, no pasional), publicó en la inmediata II preguerra tres libros hoy inconseguibles[3]: Bagatelas para una masacre, Escuela de cadáveres y Los líos, que le valieron una condena universal: de los nazis precisamente por las notas de aquel discurso y por su conocida germanofobia[4], de los comunistas por la contundente –y temprana– repulsa celiniana al régimen soviético[5], de los belicistas de todo cuño por su pacifismo (!), de los judíos por obvias razones (aunque el editor y un traductor en alemán de la obra de Céline eran judíos, como también quien difundió su obra en los EE.UU.).
Aunque logró salvar su piel huyendo de Francia poco antes de la caída de París, refugiándose en definitiva en Dinamarca, su prestigio quedó hecho jirones, su fortuna destrozada, su cuerpo en ruinas y su salud a la miseria. Vuelto a su patria en 1951, alcanzó a retomar la actividad literaria y el ejercicio de la medicina, hasta su comentada muerte una década más tarde.
De haber estado en el lado “acertado”, sería hoy Céline más famoso y universalmente reconocido que, por ejemplo, Juan-Pablo Sartre. Pero es en cambio, junto con otros que tuvieron aún peor suerte (como Pedro Drieu La Rochelle y Roberto Brasillach[6]), un ilevantable escritor “maldito”, a 65 años del fin (¿fin?) de aquella tragedia impar.
Mario Vargas Llosa es un mitad peruano mitad español[7], comunista en sus orígenes y devenido en liberal “derechoso” (diría el conocido intelectual Felipe Solá), aperplejado por el incesto, apenas un chico cuando Céline publicaba Bagatelas, que acaba de ser honrado, a sus 74, con el premio Nóbel de Literatura. Vargas Llosa ha participado decisivamente en la empresa de aggiornar el castellano y demostrar su formidable pujanza y su vocación universal, junto con –entre muchísimos otros– Camilo José Cela, el recientemente finado Miguel Delibes, Gonzalo Torrente Ballester, Ramón del Valle Inclán, Gabriel García Márquez, Rómulo Gallegos, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, y los nuestros Jorge Luis Borges, Leonardo Castellani y Jorge Asís. Su capacidad argumentativa y su maestría en el manejo gramatical se comparan sólo con la contundencia de su puño, como pudo dar fe el nombrado colombiano cuando sufrió su impacto hace décadas, vaya a saber por qué.
El caso es que Vargas Llosa, ante la noticia de que el gobierno francés, cediendo a la presión de alguna comunidad del país, ha excluido a Céline de la lista de personalidades homenajeables por sus aportes a la nación gala; clavó una pica en Flandes publicando un artículo criticando esta decisión[8]. Dice, en prieta síntesis: “Céline fue un extraordinario escritor, seguramente el más importante novelista francés del siglo veinte después de Proust, y que, ... no hay en la narrativa moderna en lengua francesa nada que se compare en originalidad, fuerza expresiva y riqueza creadora a las dos obras maestras de Céline... (L)as novelas de Céline están tan prodigiosamente concebidas que es imposible, leyéndolas, no admitir que la vida sea también eso. El gran mérito de ese escritor maldito fue haber conseguido demostrar que el mundo en que vivimos también es esa mugre y que era posible convertir el horror sórdido en belleza literaria”.
Pero Vargas Llosa no llegó por nada al Nóbel: sabedor de la fuerza de lo políticamente correcto, señala por las dudas que “(p)arece probado que, durante los años de la ocupación alemana, denunció a la Gestapo a familias judías que estaban ocultas o disimuladas bajo nombres falsos para que fueran deportadas”.
Esto, tal vez, es lo único que no pueda ser imputado a Céline. Fue éste sometido a un proceso penal in absentia que concluyó con una módica condena a un año de prisión (que no cumplió –ni se consolidó– porque el propio tribunal lo incluyó en la amnistía vigente) que para nada computó tan grave cargo. Incluso, está sí probado que mantuvo relaciones de trato con, al menos, un resistente, sin delatarlo, cosa que éste testimonió posteriormente[9]. Y ejerció la medicina en un dispensario de banlieue, sin que nadie se quejara, nada menos que de la suprema deslealtad que supone la delación. Céline, impolítico, germanófobo, cabrero, franco hasta la náusea, conmovedoramente tierno en su interior casi inaccesible, era lo contrario –psicológico– de un delator. Más bien daba el tipo perfecto del delatado[10].
Esto lo sabe Vargas Llosa; no por nada emplea un verbo (“parecer”), a estas alturas de la investigación histórica injustificable. Tal vez consideró que esta bajeza pour n’ épater point les médiocres era necesaria para hacer digerir una toma de posición que, tal vez, obedezca a la íntima percepción de que las –propias– consideraciones que siguen se le aplican tan bien a él como a Céline: “(e)l gobierno francés envía a la opinión pública un mensaje peligrosamente equivocado sobre la literatura y sienta un peligroso precedente. Su decisión parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona”.
Lo que debió haber dicho Vargas Llosa, para culminar su admirable artículo, es que la causa de la “maldición” de Céline no obedece a un antisemitismo que, no por menos abominable, tuvo muchos cultores en su época que sin embargo no han sido reprochados. Obedece a un pacifismo que, de ser atendido, pudo tal vez haber prevenido esa cabal masacre del siglo XX: la guerra mundial fue un muy buen negocio para demasiados.
[1] Céline era el nombre de pila de su abuela materna. Góngora se apellidaba –en primer lugar– Argote, nombre al cual relajó al puesto de apellido auxiliar.
[2] Seguramente la mejor.
[3] Porque él mismo prohibió su reedición en los ’50, la que su viuda ha mantenido terminantemente.
[4] Su principal –y único– padrino alemán, Karl Epting, escribió a su respecto un artículo cuyo título lo dice todo: Él no nos quería...
[5] Derivada por cierto del temprano conocimiento directo que tuvo de tal paraíso.
[6] Acaban de cumplirse 66 años de su fusilamiento, en el fuerte de Montrouge (6/2/1945). Drieu se suicidó durante la liberación de París.
[7] A raíz de una supuesta persecución del jap Fujimori como consecuencia de la disputa por la presidencia del Perú, el gobierno español le concedió la nacionalidad española sin tener que renunciar a la de origen. Algo así como construir el metro-patrón de goma. Reside, desde entonces, en España, para honrar tan noble acogida.
[8] La larga noche de los réprobos, en La Nación , Bs. As., sábado 5/2/2011, p. 33.
[9] Roberto Champfleury. C.fr. Henri Poulain: Entre Céline et Brasillach; Bruselas, Le Bulletin célinien, 2003, p. 84.
[10] Que es de hecho lo que fue en Dinamarca.
Realmente sorprende, a casi 66 años de terminada la SGM, que se esgriman tan vacuos argumentos para negar a un escritor de la talla de Céline su lugar en las letras francesas. Creo que nada parecido les ha ocurrido a los monárquicos frente a la restauración de la República, o a los jacobinos en épocas napoleónicas (I y III). Seguramente en algún momento debe producirse la amnistía, aunque sea parcial, aunque sea con las naturales objeciones. Uno esperaría que el decurso del tiempo, mano tras mano, dejara su pátina de clemencia y de objetividad. De neutralidad, en definitivas, frente al hecho artístico, que es aquí lo que importa. Sin embargo, en el nuevo orden mundial, las querellas del pasado, los martillazos propagandísticos, parecen recrudecerse con los años. Como ha señalado Faye, la caída del muro y el fin de los "Dos Mundos" condujo a una síntesis nefasta: capitalismo descarnado, en el cual el lucro ya no tiene medida ni compromiso con la legalidad, por el lado económico; y bolchevismo descarnado, en el control y censura de la libertad de opinión y de pensamiento, por el lado cultural.
ResponderEliminarQué haríamos los castellano-hablantes sin Quevedo (del que pueden plantearse observaciones similares).
Y por qué no dejan afuera de todo reconocimiento los franceses a Juan Pablo Sartre, por ejemplo, que se pronunció abiertamente a favor de los secesionistas argelinos (¡y de su métodos!, con miles de compatriotas muertos, civiles y soldados, de por medio) en los '60.
En fin, el destino de los malditos no deja de ser reconfortante: ingresan en un círculo hermético-esotérico de culto, que para Évola por lo menos, representa antes una ascensión que un ocaso. No siempre el reconocimiento generalizado y universalizado en la escritura depara destinos inmortales en el largo plazo. Tal vez la extensión del recelo demuestre el tamaño de su vigencia y de su figura. (Y de paso, cuántos Nóbeles han quedado ya en el olvido, a menos de una década de su entronización, y ocupan bateas de libros de saldo).
Un cordial saludo.
Qui ajouter á ça?, hubiera dicho el propio Céline... Sólo muchas gracias.
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