lunes, 2 de julio de 2012

Sadowá

Se cumplen 146 años de la batalla de Sadowá o Königgrätz (hoy Hradec Králové, sobre la cuenca del Elba, en la actual República Checa), que acabó con la Confederación Germánica, fundada en 1815 por obra conjunta del genio político de Métternich y del ocaso de la estrella de Napoleón. Cuya constitución marcó de hecho el comienzo de la reconstrucción del Sacro Imperio disuelto en 1806 por Francisco II de resultas del tifón militar napoleónico.
Con pérdidas de un veinte por ciento de las del enemigo, el ejército prusiano, organizado y coordinado por Moltke, derrotó al austríaco, mandado a la sazón por el general húngaro Benedek. Austro-bávaro-sajón en verdad, porque pelearon en él fuertes contingentes venidos de Hánover, Hesse-Kassel, Baviera, Sajonia y Wúrtemberg. Fue el triunfo de la doctrina militar prusiana, que llegaría a ser la más aventajada de Europa, y especialmente del fusil de aguja Dreyse sobre el de avancarga Lorenz que aún empleaba el ejército imperial.
Sadowá marcó la desintegración definitiva de la unidad política de la nación alemana (Austria jamás volvió a ella, salvo el efímero Anschluß de Hitler, que duró lo que éste) y dejó subsistente el viejo Imperio de los Habsburgo sólo en su proyección hacia el oriente. La cual se pulverizó con los certeros balazos de Gavrilo Prinzip sobre el Archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, acaban de cumplirse 98 años el 28 p.pdo.
La fórmula imperial, apoyada en un principio de unidad espiritual sobre una difusa y proteica proyección territorial, étnica y lingüística, permitió, nolens volens, una larga paz en regiones altamente conflictivas y hasta un relativo mejoramiento de las condiciones de vida de los pueblos, en medio de una coexistencia de estilos, instituciones, costumbres y religiones.
Paralelamente, Sadowá marcó el comienzo de la hegemonía prusiana sobre la Alemania no austríaca, que, tras la derrota francesa en 1870, desembocó en un Reich que no fue en verdad otra cosa que un Estado Nación nostálgico de ciertas grandezas medievales y organizado bajo una estructura formalmente federativa. El cual a su vez se sepultó en 1918, tras la derrota causada por la decisiva intervención de los EE.UU. en la Gran Guerra.
Fue al término de ella en que desaparecieron los otros dos grandes Imperios sobrevivientes, cabales paradigmas de excelsa organización geopolítica: el Británico y el Otomano (la Sublime Puerta de Estambul). El primero, a expensas de la transferencia de la hegemonía atlantista hacia aquellos EE.UU. de América. El segundo, como consecuencia de los sueños pacifistas, igualitarios e igualadores de su Presidente Woodrow Wilson, que desembocaron en la explosión –ora simultánea, ora sucesiva– de polvorines tales como los Balcanes, el Kurdistán, los reinos árabes entre Irán y Turquía, los países musulmanes cercanos a la India; que sigue en el tercer milenio.
Sadowá, pues, puso el puntal de la contemporaneidad que, basada en utopías de diverso cuño, habría de desembocar en las mayores hecatombes de la historia humana, en Estados inestables y en fórmulas políticas y económicas globalizadoras sedicentemente salvíficas, que a poco se desmoronan como castillos de naipes.
Merece, por todo esto, ser sacada un poco del olvido.

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