domingo, 4 de agosto de 2013

El caso del jesuita risueño


El  caso  del  jesuita  risueño

 

En sus 474 años de historia[1], nunca la Societas Iesu había logrado sentar a uno de los suyos en el trono de Pedro.  Tal vez por la aporía señalada brillantemente por el propio interesado: si el jesuita jura y vota obediencia absoluta a su Prepósito General, y deviene Papa, vendría a resultar que ese Prepósito –llamado– Papa Negro es el supremo, y no el Blanco...

Tras la abdicación del alemán Benedicto XVI, lo logró sin embargo en la persona de Jorge Bergoglio, nacido en la Argentina, quien optó como nombre para su reinado el de Francisco; el cual, por no registrar tampoco antecedente, lo dispensa de usar el numeral, al ser el primero, al menos hasta que a algún hipotético sucesor se le ocurra retomarlo.

Como es hombre de sonrisa frecuente y de verba suave y susurrante, irónico sin hiel y afecto al retruécano, viene al dedo tomarle prestado el título para estas reflexiones al jocundo católico inglés –preconciliar– Michael Burt [2]. Tan jocundo como su compatriota Evelyn Waugh, quien fue el primero en denunciar al Concilio Vaticano II como anticatólico.

Transcurridos apenas cuatro meses de su pontificado, Francisco decidió venir a América, en una suerte de jubileo juvenil, que el imbecilaje autóctono [3]–tal vez motivado por la abundancia durante él de lambada y camisinhas– interpretó como el comienzo de una singladura tendiente al aggiornamento de la Iglesia, la entronización de la homosexualidad y otras zarandajas al uso y al tono de lo políticamente correcto.

La venida a Brasil obedece, sin embargo, a razones más profundas de política eclesiástica. Ya Rátzinguer había visitado Méjico ¡y Cuba!, con similar resonancia en lo que refiere a respuesta de los fieles, clamoreos populares &c. Y antes de él lo había hecho el polaco Woytiua, sin duda más «carismático» [4], quien igualmente estuvo en Brasil y en Colombia.

Es que estos tres países son el bastión más formidable de la Iglesia Católica en el mundo, no sólo en cantidad de fieles sino también en mitos arraigados: la Guadalupana y la Aparecida y sus entornos [5] significan hoy muchísimo más –en términos terrenales y «carismáticos», claro está– que Lourdes o Fátima. Queda por cierto Czestochowa, que dejo para abajo.

Octavio Paz [6] –con confesa reelaboración de Nietzsche– atribuye esta potencia a la aptitud sincrética del catolicismo, ya evidenciada por cierto en la absorción de la Europa pagana.

En resumidas cuentas, Europa occidental está definitivamente perdida para el catolicismo. Por su hedonización en primer lugar y –segundo y principal– por su irreversible islamización, relacionada en importante medida con aquélla. Lo que no lograron Táriq y Abderramán por las armas, lo consiguió la estúpida ideología de los derechos humanos tras la culpa colectiva mal elaborada siguiente a la finalización de la segunda guerra mundial.

Y tal vez además, como concluye Julien Freund en un brillante ensayo posterior al Vaticano II, porque la Iglesia misma (conforme a la temprana e incómoda profecía de Maquiavelo) decidió desasirse de la tierra y el ordo donde se desarrolló y proyectó al mundo entero [7].

Mundo entero que, de hecho, se limitó a América: poco es lo que penetró el cristianismo en Asia, asiento de órdenes religiosos altamente complejos, y en África, tierra de órdenes demasiado primitivos para tamaño salto al neolítico. Y, en lo que logró trabajosamente afincarse en ésta, debió ceñirse a disputar palmo a palmo no sólo con el Protestantismo sino principalmente con el Islam.

Sólo queda Europa oriental, como vio brillantemente aquel gran polaco. Justamente su patria es el único país católico en ese vasto territorio. De allí Czestochowa. Pero la inmensa mayoría es dominio de la Santa Rusia, católica pero ortodoxa. La Santa Rusia que se las arregla para subsistir potencia de primer orden sin acudir al matrimonio «igualitario», a la libre disposición de sexos, a la adopción irrestricta por parejas del mismo sexo y a la blandura con el terrorismo [8]. Fue justamente el Patriarca de Moscú quien vetó el viaje de Juan Pablo II a ella. Dándole razón tardía así a León XIII, quien había dicho al obispo Strossmayer, entusiasmado por el unionismo de Soloviov: «bella idea, ma fuor d’un miracolo è cosa impossibile».

Mejor les fue a los papas polaco y alemán con sus intentos de acercamiento con la Iglesia Anglicana, buena parte de cuyo clero lograron traer de vuelta al catolicismo precisamente sobre la base de la ortodoxia en punto a la sexualidad, al feminismo clerical y al laxismo de las costumbres.

Justamente una ortodoxia irreductible y combativa, que es la clave de bóveda de aquella comentada primacía del Islam y caracteriza sin fisuras a las Iglesias orientales, al grado de parecerle al pontífice italiano un «mirácolo»  su reducción.

De este modo, las tres Ciudades Celestes se repartirán en el cercano porvenir probablemente así: Jerusalén para el judaísmo, que ya la detenta; Roma para el Islam y Moscú para la catolicidad europea remanente.

¿Cuál será la cuarta? Seguramente el sonriente Francisco barrunta la respuesta.



[1] Dejo de lado la quæstio de los cuarenta años de supresión entre 1773 (breve Dóminus ac redemptor de Clemente XIV) y la restauración de Pío VII en 1814 (bula Sollicitudo omnium ecclesiarum); que para algunos resulta definitiva (c.fr. Disandro, Carlos A.: El Breve que abolió a la Compañía de Jesús; La Plata, Veterum Sapientia, 1966); por exceder notoriamente el marco de este artículo.
[2] En Selecciones del Séptimo Círculo, Madrid, Alianza-Emecé,  1974.
[3] Habría que agregar el hijoputaje de la gran prensa, pues cuesta creer tamaño fervor francisquino, cuando se exime a las otras grandes confesiones monoteístas de lo que se le reprocha a la Iglesia Católica y se llega a entrecomillar oraciones supuestamente escandalizantes, que el Papa no pronunció nunca en esa literalidad.
[4] El mismo imbecilaje ha secularizado este adjetivo, equiparándolo a la capacidad para atraer y subyugar multitudes o grupos de personas. La palabra, sin embargo (griego: jarisma, i.e. gracia, beneficio), tiene origen eclesial y designa a los “dones y talentos de cada criatura para el desarrollo de su misión dentro de la Iglesia” (Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana; Madrid, Espasa Calpe, 1958; 11: 970; Corominas, Joan: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana; Madrid, Gredos, 1996; 133). Desde esta perspectiva, resulta estúpido comparar a un Papa con otro.
[5]  El indio Juan Diego –canonizado– en Guadalupe; los Pedroso en la cuenca del Paraíba do Sul.
[6]  Vuelta a ‘El Laberinto de la Soledad’; Méjico, FCE, 2004; 341 y pássim. Allí se lee este aserto asombroso: “Los jesuitas son los bolcheviques del catolicismo” (343).
[7]  El Fin del Renacimiento; Bs. As., Ed. de Belgrano, 1981; trad. del francés de Luis Justo; cap. 4 El enigma del cristianismo.
[8]  Remito por brevedad al nro. 131 (abril a junio 2009) de la revista parisina Éléments, titulado expresivamente Demain les Russes!

1 comentario:

  1. Estimado Cacique: Su artículo ha inspirado ciertas anárquicas reflexiones mías, que me han movido a romper el silencio y despuntar el vicio del pensamiento caprichoso. ¡Gracias!

    Un cordial saludo.

    ResponderEliminar